Los edificios históricos forman parte de la identidad y memoria de la Ciudad, además de ser un recurso económico y turístico de relevancia. La asignatura pendiente en este segmento es una norma clara y ágil, que disponga de un catálogo completo de los inmuebles que se deben proteger. Las ONGs, el Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo, y profesionales vinculados al sector reclaman integrar dichos inmuebles a la planificación urbana y brindarles a los inversores y propietarios un buen marco jurídico para desarrollar sus proyectos.
En la recta final de 2011 el gobierno porteño anunció que intentaría reabrir la tradicional Confitería del Molino, que permanece cerrada desde 1997. Si bien fue un halo de esperanza en un año en el que la Ciudad perdió a otro de sus establecimientos emblemáticos: la confitería Richmond, lo cierto es que la noticia cumplió la misión de poner paños fríos a la manifestación convocada por un grupo de ONGs para reclamar que no se deje sin efecto la ley que protege a los edificios construidos antes de 1941 y que obliga a pedir autorización antes de demoler o remodelar dichas propiedades (el bloque del PRO no la trató en la Legislatura por decisión del Ejecutivo).
"Buenos Aires no está muy bien posicionada en el campo de la conservación de su patrimonio. Tiene problemas de relevancia que no logra superar. En primer lugar, hay muy poco patrimonio protegido. Más allá de que las actuales autoridades aseveren que son 14 mil los edificios catalogados, lo cierto es que los que tienen protección firme son poco más de 2.000. A su vez, el sistema de protección tiene fallas en cuanto a la identificación, catalogación, manejo y control", aseveró el arquitecto Marcelo Magadán, master en Restauración de Monumentos y especialista en Gestión de Conservación. Y sentenció: "Los edificios antiguos son un capital cultural, artístico, social e histórico que da cuenta, entre otros aspectos, de la evolución a través del tiempo de los porteños, de su forma de vida, de sus gustos estéticos. Son también un recurso económico y turístico significativo, ya que son un atractivo de relevancia para muchos visitantes. Además, la conservación del patrimonio construido contribuye a la sustentabilidad ambiental, ya que evita generar y tener que disponer de los desechos que toda demolición genera, a la vez que reduce el consumo de agua potable y la producción de contaminantes que genera la fabricación de buena parte de los materiales empleados en la construcción de toda obra nueva".
Preservación Vs. Renovación.
"La antinomia entre preservación y renovación no tendría lugar si el Estado garantizara el derecho ciudadano a la conservación del patrimonio natural y cultural -reivindicado en la Constitución- y, además, cumpliera con su responsabilidad, en tanto regulador de la ocupación y uso del suelo, desde una perspectiva de defensa del bien común y de la sostenibilidad de los proyectos de desarrollo.
Es necesario que el Estado identifique, con la participación de los ciudadanos, aquellos bienes que forman parte del patrimonio de un barrio, de la ciudad y del país, determinando las áreas cuyo patrimonio será conservado y aquellas en las que, por determinadas circunstancias, se habilitarán procesos de renovación urbana. Luego habrá que determinar las características de estos procesos y la forma en que esa nueva arquitectura se insertará en el contexto", comentó Magadán, a lo que agregó: "Recordemos que en Buenos Aires el Estado está promoviendo la construcción en base a un Código de Planeamiento surgido durante la última Dictadura Militar, al que se le han realizado reiterados parches destinados a aumentar la superficie a construir. Las autoridades actuales tendrían que discutir un nuevo Código de Planeamiento, siguiendo los lineamientos del Plan Urbano Ambiental, aprobado hace tiempo. Debería contemplar la conservación del patrimonio urbano y ambiental de la ciudad, y tendría que ser consensuado con la ciudadanía".
Existen distintas posturas en este debate, que algunos consideran casi filosófico. Alicia Santaló, integrante de la Comisión de Arquitectos del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU), consideró que "según el valor del edificio, no siempre se debe proteger tal cual es. Algunos soportan una intervención de arquitectura contemporánea. Si no recordemos la ampliación del Louvre, en París. Se le incorporó una pirámide de cristal y no deja de ser menos patrimonial por eso. Están quienes no quieren cambiar nada, quienes quieren detener la vida por su gran nostalgia por el pasado. Consideran que el patrimonio debe mantenerse intacto, solo con obras de restauración. Pero hay que mirar para adelante, construir para el futuro. La arquitectura es la síntesis de lo que la sociedad quiere y piensa, y eso hay que construirlo".
"En primer lugar hay que identificar los elementos, materiales y espacios que caracterizan al edificio. Luego hay que evaluar el estado de conservación para plantear una criteriosa intervención, que permita la adaptación a los requerimientos de confort y funcionamiento del proyecto. Lo fundamental es que no pierda su carácter; si logramos un buen resultado estaremos sumando valor a la inversión. Y para ello siempre es útil contar con el asesoramiento de un especialista en conservación y gestión de edificios históricos", agregó Magadán.
La legislación actual
Actualmente el marco legal que existe en la Ciudad es la Ley de Emergencia Patrimonial. Se trata de un instrumento que obliga a que los pedidos de demolición o modificación de toda construcción erigida antes de 1941 sean evaluados por el Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales (CAAP). Es una normativa de carácter preventivo, destinada a impedir la destrucción de edificios históricos.
Cabe remarcar que esta ley fue aprobada en 2009 y su renovación es anual. Hacia fines de 2011 la prórroga que debía aprobarse no fue votada por la Legislatura y solo tiene vigencia gracias a un recurso de amparo que presentó una ONG ante la Ciudad. "Gracias a este amparo el gobierno porteño no puede dar ningún permiso de demolición ni de obra", explicó Graciela Novoa, consejera del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU).
Por su parte, García postuló los fundamentos teóricos para la preservación del patrimonio. "Considerando los valores y actitudes que internacionalmente se han definido en convenciones universales, y de las que nuestro país es signatario, no hay dudas sobre al valor histórico patrimonial de todos los objetos, muebles e inmuebles que forman parte de una identidad determinada. En síntesis, se trata de transformar conceptos abstractos en plataformas culturales y económicas para el desarrollo sustentable del conjunto. Hay que pensar en un plan de desarrollo estratégico que contribuya a la recuperación de aquellos valores que hacen a un sitio único e irrepetible; y que garantice el uso por parte de las actuales generaciones y los visitantes. De hecho su conservación debe tener un alto grado de autenticidad para que los disfruten las generaciones futuras.
En la misma sintonía, desde Basta de Demoler remarcaron: "Nosotros no queremos que se deje de construir, está muy lejos de nosotros. Queremos planificación y que el patrimonio se asimile al desarrollo de la Ciudad, no que sea un escollo. El espíritu de Basta de Demoler es mantener la identidad urbana. Y en tal sentido el patrimonio es un recurso no renovable, como el petróleo.
¿Se pierde la esencia?
Otro de los debates que se plantean es si un edificio histórico debe ser utilizado como establecimiento hotelero o gastronómico. ¿Se pierde la esencia del patrimonio o genera valor agregado? "En este escenario no hay impedimentos para que en un edificio histórico funcione un hotel, bar o restaurante. Lo importante es tener claro cómo se hará esa adaptación para mantener las características arquitectónicas que lo hacen especial, evitando desvirtuarlo con modificaciones incorrectas que no aporten desde el punto del diseño. Considero que ciertos rasgos de antigüedad, la nobleza de los materiales históricos, la escala de algunos espacios, la forma en la que juega la luz natural y las texturas originales de los paramentos, son elementos que atraen al cliente y agregan valor a un negocio gastronómico u hotelero", aseveró Magadán, y subrayó: "Los edificios tienen que estar en condiciones de uso y ser usados. Son muy pocos los casos en que deban limitarse a una actividad cultural, como un museo. El resto tiene que continuar con su destino original o, en su defecto, ser adaptado a una nueva actividad que le permita permanecer en servicio".
García fue un paso más allá y se refirió a lo macro: "En la actualidad no solo los edificios sino los conjuntos o centros históricos se utilizan conservando sus valores. España es un ejemplo en gran escala. El Estado buscó ventajas en otros segmentos al asociar su imagen con la cultura, la gastronomía y la tradición. El caso barcelonés es, tal vez, el más citado en esta materia porque resume con claridad cómo un buen trabajo de planificación y diseño de marca puede convertir a una ciudad a la deriva en una atractiva metrópolis".
Los buenos ejemplos
Al momento de analizar cuáles son los edificios bien conservados y con una buena gestión comercial, Novoa destacó que "los arquitectos tenemos un dogma: intervenir para proteger. Y el Estado tiene que controlar la obra. Seguramente hay muchísimos ejemplos de intervenciones comerciales en edificios de valor patrimonial que son excelentes, incluso en la Ciudad".
Mientras que Magadán remarcó que "existen ejemplos en la zona de Palermo, San Telmo y Montserrat, donde se hicieron adaptaciones interesantes de viviendas para alojar pequeños hoteles. También se recuperaron edificios valiosos, de mayor porte, como el Palacio Duhau (Park Hyatt Buenos Aires) y, algunos años antes, el Palacio Alzaga Unzué (La Mansión del Four Seasons Hotel Buenos Aires)". A esta lista se suman el Alvear Palace Hotel, el Marriott Plaza Hotel Buenos Aires y el Castelar Hotel & Spa.
Un caso paradigmático es el San Telmo Luxury Suites, en el corazón de San Telmo. Con una arquitectura particular, el hotel boutique es una casona de fines del siglo XIX recuperada y que respeta el diseño original de la propiedad, lo que le da un sello distintivo. Tras cinco años en tareas de preservación, ejecución de obra y decoración, el establecimiento ofrece 12 habitaciones dispuestas en dos plantas tipo loft.
Asimismo, en el segmento de restaurantes centenarios se destacan El Globo (1908), El Club del Progreso (1852), el Gran Café Tortoni (1858), El Imparcial (1860), El puentecito (1873), la confitería y restaurante Las Violetas (1884) y el Palacio Español (1911).
Por Gabriela Macoretta y Mariela Onorato
*Publicado en Hospitalidad & Negocios, febrero de 2012
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