El término vivienda social no hace referencia únicamente a una solución efímera, de baja calidad, sino que debería remitir a una vivienda digna en consonancia con la planificación urbana de un barrio, de una ciudad. Las estructuras de madera en la construcción, además de ser versátiles, reducen el tiempo de construcción, el consumo de energía y tienen mínimos desperdicios, por lo que se vuelven la opción más sustentable para solucionar el déficit habitacional.
La economía mundial globalizada nos presenta una infinidad de bienes de consumo como necesarios e imprescindibles. Sin embargo, un grueso cristal separa al deseo de la realidad. Muchas de esas “necesidades” creadas por el mercado de consumo son resueltas con créditos personales; pero en amplias franjas de la sociedad estas necesidades no son satisfechas, fundamentalmente en lo que respecta al acceso a la vivienda propia.
En Argentina, a partir del año 2002, con una cotización alta del dólar, el auge inmobiliario mediante inversiones privadas produjo una elevación de los costos y los valores del m2 construido. Y el incremento casi exponencial de los valores de la tierra afectó a quienes conforman la “clase media” y las nuevas familias, convirtiéndolos en eternos inquilinos. La falta de crédito estatal y las altas tasas de interés que rigen los créditos de bancos privados los hacen inalcanzables para las franjas medias y bajas de la sociedad. Mientras una pequeña porción de la población más humilde tiene la posibilidad de acceder a la vivienda a través de los barrios construidos por el Estado, directa o indirectamente, la tradicional clase media, empleada, obrera y profesional, no encuentra respuesta ni a corto ni a largo plazo.
En los “años dorados” (entre 1950 y 1973 aproximadamente), el acceso a la vivienda propia en lote propio era una meta alcanzable para la clase obrera y la clase media, cuyos límites de clase se difuminaban, y así fueron conformando las periferias de las grandes urbes. Existían planes accesibles a través del Banco Hipotecario Nacional (por entonces estatal), que financiaban la construcción de la vivienda familiar en lote propio.
La vivienda de madera podría dar solución rápida y altamente eficiente en tiempo y calidad a quienes, pudiendo acceder a un lote propio, necesiten construir su hogar. En Bariloche, la arquitectura de madera, con su técnica transcordillerana-alemana, permitió dar abrigo rápidamente a los primeros pobladores estables, proporcionando una respuesta inmediata a las necesidades de vivienda y la consolidación del poblado.
Se debería reflexionar sobre la responsabilidad que la arquitectura y la política tienen sobre lo mediato y lo inmediato, quizás abrevando en los lenguajes arquitectónicos de origen que, curiosamente, no sólo no son anacrónicos, sino que comulgan perfectamente con los principios de la ahora tan en boga “arquitectura sustentable”.
Veamos. Para la construcción de viviendas de madera se utilizan recursos regionales, maderas provenientes de plantaciones controladas, principalmente de forestaciones de Neuquén, Río Negro y Chile. Los desperdicios son mínimos y todo puede ser reutilizado. Los tiempos de construcción son 30% menores que en la construcción tradicional, ya que todo el proceso de armado y montaje es en seco; y es eficiente aún en climas desfavorables como el patagónico. Los materiales aislantes, las carpinterías de calidad, el doble vidriado hermético, más la capacidad aislante propia de los materiales utilizados, aseguran una respuesta energética eficiente. En el caso de regiones con características sísmicas, la madera estructuralmente ensamblada provee una estructura sismo-resistente. Con proyectos perfectamente desarrollados, se puede despiezar por paneles y fabricar toda la estructura en plantas ex situ, y realizar el montaje en obra, acortando los plazos. La prefabricación permite una industrialización, lo que implica la optimización de recursos humanos y económicos.
En los países con larga tradición maderera, como Canadá y los Estados Unidos, el porcentaje de casas de madera construidas alcanza al 90% del total, desde Florida hasta Alaska. Por lo que podemos deducir que las estructuras de madera son versátiles aún en diferentes climas.
Los avances tecnológicos han encontrado soluciones compatibles con la conservación del medio ambiente. Por otra parte, desde el inicio mismo de la producción de los materiales, el uso de la madera implica un consumo de energía menor que, por ejemplo, para fabricar acero y aluminio (415 % menos), sin mencionar los favorables aportes al medio ambiente para contrarrestar el efecto invernadero. Además, la madera producida con árboles implantados con criterio ambiental puede ser certificada como proveniente de bosques con manejo sustentable a largo plazo.
Los arquitectos deberíamos tal vez recuperar los conceptos sociales de la arquitectura, utilizados en nuestro pasado no tan lejano, para ver qué respuesta podemos dar para minimizar el déficit habitacional o solucionar, con arquitectura concreta, las deficiencias en la calidad habitacional de todos los sectores. La vivienda social ya no sólo es esa vivienda mínima, de baja calidad y arracimada en largas tiras. Es toda una construcción cultural de la identidad, del individuo, del barrio, de la ciudad y de la dignidad.
* Por Víctor Gallardo, Arquitecto.