En Canoas, en Barra de Tijuca, uno de los suburbios de Río de Janeiro, el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer diseñó en 1953 una maravillosa residencia para él y su familia.
Junto a la piscina se pueden admirar las esculturas realizadas por Alfredo Ceschiatti, amigo del arquitecto brasileño; las ondulaciones elegantes de los cuerpos femeninos se adaptan perfectamente al contexto de formas fluctuantes.
En cambio, resulta muy diferente la relación existente entre la casa y el paisaje cuando nos desplazamos a la zona noche: aquí Niemeyer diseñó los espacios como refugios, los equipó con pequeñas ventanas que tan solo dejan ver un poco la lozanía del verde exterior.
Las formas cóncavas de los elementos arquitectónicos, casi todos fabricados con hormigón armado, generan una espacialidad plástica que favorece la fusión armónica entre ambientes interiores y exteriores y destaca el sentido de pertenencia en la naturaleza. El techo sinuoso, sujetado por pilotis, también contribuye a subrayar el avance de la vivienda y destaca el ritmo fluido de la fachada de cristal que, entre otras cosas, permite gozar de unas encantadoras vistas al mar.
La intención de Niemeyer era diseñar su residencia en absoluta libertad, plasmar suavemente los alrededores y adaptarla a las irregularidades del terreno: sólo de esta manera podía conseguir que la vegetación penetrara en la residencia. Su obra ha sido definida como arquitectura de ensueño y fantasía, de emociones y espacios libres; además, él mismo admitió haber descubierto el origen de la belleza en la contemplación de las curvas de la naturaleza.
Todos los elementos de construcción de la casa de Canoas representan el triunfo de la arquitectura plástica, en ella destaca especialmente la influencia de Le Corbusier; en todos los proyectos realizados, el arquitecto brasileño se abandonó a la máxima libertad creativa, de acuerdo con la marcha curvilínea de las montañas de su país.
Los críticos a menudo ponen de manifiesto las innovaciones y los espectaculares efectos visuales que crean la obra de Niemeyer, pero no hay que olvidarse de la profunda espiritualidad de la misma: de hecho, si por un lado su arquitectura refleja las múltiples contradicciones de la realidad brasileña, por otro es capaz de transmitir un lenguaje universal que sólo algunos pocos han sabido expresar.