studio-lococo_mostra-carlo-lococo-03En la galería A.A.M Roma de Francesco Moschini se ha dedicado una exposición a una arquitectura de interiores muy particular, sobre todo por su alto contenido artístico. Dentro de esta estructura se encuentran, no solo un sentido de arquitectura moderna muy detallado, sino también, numerosas obras de arte.

Se trata de una casa para viviendas construida conjuntamente, fruto de la colaboración con algunos artistas llamados a elaborar una serie de intervenciones integradas en los puntos estratégicos de la reconstrucción arquitectónica. Intervenciones que modifican espacial y perceptivamente los ámbitos domésticos sustrayéndolos a la costumbre de una decoración convencional. Sin someterse, sin embargo, al régimen impuesto por un coleccionismo afín a sí mismo, convulso y relleno, reducido a inmotivada colección ornamental. En la casa las obras de los artistas se suceden con artificiosa cadencia como las estaciones de un recorrido litúrgico. Elementos erráticos que emergen como restos de una arqueología doméstica fosilizada.

La entrada está señalada por engastes escultóreos de mármol travertino tosco de Maria Dompé, cuyo materialidad física contrasta con el brillo del cuerpo de la escalera metálica, monolítico y maderable, suspendido en un dudoso equilibrio que incorpora éxtasis y movimiento. Los mismos momentos límite, por otra parte, que coexisten en las obras de madera torneada de Roberto Almagno o en los enredos luminiscentes de Eliseo Mattiacci.

Mientras que, siempre a cargo de M. Dompé se ha realizado un patio interior reconvertido en entorno desértico y unas repisas en pizarra de la cama. En el conjunto, todas las obras, faltas de una demasiado cerebral proyección de los significados, son el fruto de un espesamiento creativo que conduce esencialmente a renombrar los objetos trabajosamente extraídos de la materia que los compone.

En el interior de la articulación general, el empeño proyectivo de C. Lococo ha favorecido la coordinación lógica de las diversas intervenciones artísticas y arquitectónicas, de cuya fusión mana una dislocación espacial anticelebrativa, producida por una sensibilidad adquirida durante una actividad de veinte años.

De las pruebas de los primeros años ochenta, muchas de las cuales fueron realizadas en colaboración con Darío Passi, C. Lococo ha recorrido rápidamente el camino de una profesión culta, resultado de una constante y fecunda participación en los lenguajes artísticos suplementarios, tangentes a la arquitectura de la que ha evitado los excesos unidos a un ejercicio de impropia transcripción caligráfica.

Sobre todo en esta ocasión, en que se ha visto implicado en el frente de una frágil coexistencia artística, el mérito de C. Lococo está precisamente en no querer sobresalir a toda costa.