La majestuosa fachada del Palacio de las Aguas Corrientes, actualmente conocido como Museo del Agua, intentaba desde 1894 ocultar lo que en su interior había: 12 tanques de agua para abastecer a la antigua ciudad de Buenos Aires. El objetivo de semejante despliegue arquitectónico nunca fue el de convertirse en un verdadero palacio. Hoy se nos presenta como la construcción más atractiva de la ciudad en su contraste urbanizado.
El objetivo de semejante despliegue arquitectónico nunca fue el de convertirse en un verdadero palacio. Inspirada en la Escuela de París y dirigida en su construcción por el ingeniero sueco Carlos Mystonner y el arquitecto noruego Olof Boye, es un claro ejemplo de la arquitectura ecléctica de fines del XIX en nuestro país, con el fin de copiar modelos europeos y transformarse en una de las ciudades mas lindas de América Latina.
En 1989, mediante el decreto 325, el Palacio de Aguas Corrientes se transformó en Monumento Histórico Nacional.
Miles de turistas y nativos recorren el interior del actual Museo del Agua con una gran expectativa generada por su exterior.
Es importante la fachada? Atrapa y cautiva? O es preferible enfocarse en el interior? Cada cual tendrá su visión. Cierto es que, en la arquitectura moderna, se dejan de lado las fachadas ornamentadas y barrocas para pasar a un modelo de construcción mucho más frío y sobrio, con escasa participación de decoración y donde los elementos utilizados se tornan mucho mas frágiles y luminosos: aluminio, vidrio, pinturas de colores claros. Sin ir más lejos, las actuales construcciones de iglesias no tienen punto de comparación con las antiguas neorrománticas aparecidas en el siglo 30 en nuestra bella ciudad, como la Iglesia de San Francisco.
El paisajismo protagoniza hoy una fuerte complementación de la arquitectura, dotado de elementos no propios como ser las estatuas y las esculturas. Los interiores son protagonistas de mayor participación, donde la luz y los espacios amplios son un elemento clave para la armonía.
Por Agustina Pozzo