Actualmente somos testigos de importantes cambios climáticos alrededor del mundo, los cuales además se manifiestan con inusual intensidad, recurrencia y con una enorme capacidad destructiva. Las causas de estas transformaciones obedecen a un dato excluyente: el calentamiento global del planeta. Al aumentar la temperatura todos los fenómenos disponen de más energía para manifestarse y en consecuencia  los vientos son más intensos, los huracanes más poderosos, el agua se evapora más rápido de los ríos y mares y el clima se vuelve más aleatorio y difícil de anticipar y prevenir.  Sabemos que el fenómeno del calentamiento del planeta es causado,  en su mayor parte, por la acción humana: la producción de energía eléctrica, la calefacción, el agua caliente y el transporte, emiten en las ciudades ingentes cantidades de CO2 -que además es el  principal agente del efecto invernadero en nuestro planeta- y alteran la capacidad de eliminación de calor que tiene nuestra atmósfera.

Efectivamente estamos ante un problema serio, porque es imposible frenar y cambiar el modelo de desarrollo actual de un día para otro si no ponemos en cuestión los paradigmas que sustentan nuestras prácticas, la lógica de nuestro pensamiento y el modo en que diseñamos, planificamos y aprovechamos nuestro hábitat y el ambiente.

Si logramos replantearnos nuestra forma de relacionarnos con el ambiente realmente tendríamos una oportunidad. Por ejemplo, en las ciudades que están creciendo desmesuradamente y donde hoy se concentra la mayoría de la población mundial se ha reemplazado tierra y la vida vegetal y animal por cemento, asfalto y otros materiales, volviendo impermeable nuestro suelo y constituyendo desiertos artificiales cuya interacción con la energía solar, el viento y las lluvias no tiene ningún sentido ni aprovechamiento. Las ciudades son además las mayores emisoras de gases de efecto invernadero como el CO2 por el consumo de combustibles fósiles, en  transporte, calefacción, producción de energía, etc. Además debemos sumar a este aspecto que han desertizado su entorno, destruyendo la vida vegetal que es además un sumidero natural de este gas.

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Además, según la Organización Mundial de la Salud se recomiendan 15 m2de espacios verdes por habitante y como mínimo 10 m2. La ciudad de Buenos Aires tiene sólo 1,80 m2 por habitante por lo tanto tenemos un enorme déficit de espacio verde y si tenemos en cuenta el alto costo de los predios urbanos, esto nos hace pensar que la situación no se revertirá en el corto ni mediano plazo. Ante esta realidad hace falta una concientización sobre la necesidad de intervención en diversos proyectos y una búsqueda de nuevas alternativas para lograr una mejor calidad de vida de los habitantes.

Por ello, hay que conocer los beneficios que la vida vegetal aporta a nuestras ciudades:

Son sumideros naturales de CO2, por lo tanto reducen la cantidad de este gas libre en nuestra atmósfera

Retienen agua de lluvia disminuyendo y atrasando escorrentías y evitando inundaciones (Liu, 2003; Morel et al, 2004)

Limpian el aire que retiene partículas contaminantes y polvo, siendo absorbidos por el sistema sustrato-planta (Liesecke&Borgwardt, 1997; Peck& Kuhn, 2001; Clark et al, 2005; Yok Tan &Sia, 2005)

Reducen el efecto isla de calor al absorber la radiación solar: Las ciudades son áreas significativamente más calurosas que los suburbios y zonas rurales que las rodean, especialmente durante las noches (Prado & Ferreira 2005).

Disminuyen la polución  acústica, lo cual es altamente beneficioso en zonas céntricas con alta contaminación sonora.

Renuevan y enriquecen la masa de aire.

Benefician a la salud mental de las poblaciones urbanas ya que los espacios verdes reducen el estrés y la tensión muscular de los habitantes (Ulrich and Simmons, 1986).

Por ello hay aspectos esenciales que debemos  modificar si queremos aprovechar esta oportunidad:

Romper el paradigma que considera que el hábitat nos protege de otro ambiente más amplio para que nos posibilite desarrollar interacciones inteligentes con el mismo y nos aporte soluciones a nuestras necesidades de energía, climatización, alimentación y calidad de vida.

Esto supone cambiar radicalmente como interactuamos con la fuente de energía omnipresente: el Sol.

En este sentido, y tratando de avanzar en la búsqueda de alternativas que den lugar a estos paradigmas, nos parece importante la utilización de nuestros techos y terrazas como espacio adecuados para la implantación de cubiertas extensivas, las cuales se basan en el diseño de tecnologías para instalar de manera sustentable, vegetación sobre los techos o azoteas planos o inclinados. Si bien los jardines en las terrazas no son una novedad, este nuevo concepto intenta proporcionar ventajas ecológicas y económicas mediante  la implantación de vegetales a través de un sistema modular que no necesita realizar cambios en el sistema de pluviales existentes, requiere bajo mantenimiento y sustratos mínimos y con bajo peso que además cumplen la función de capa protectora de nuestros techos y terrazas.  Avanzando en este sentido en la construcción de un modelo sustentable, es importante no utilizar tierra natural, ya que continuaríamos degradando el ambiente al sacarla de  nuestro suelo para instalarla en techos y terrazas. También es clave considerar el tipo de especies vegetales, teniendo en cuenta las condiciones de baja profundidad del sustrato y el bajo mantenimiento, eligiendo  plantas de fácil propagación, rápido establecimiento, alta densidad de cobertura, perennes, tolerantes a la sequía, los vientos y las enfermedades. Por ejemplo, las plantas de la familia de las crasuláceas han sido estudiadas por adaptarse a las condiciones extremas de los techos extensivos gracias a su habilidad para limitar la transpiración por tener metabolismo CAM (el género Sedums ha demostrado una amplia adaptación a estas condiciones). Es importante recalcar estos aspectos porque debemos avanzar con propuestas sustentables que colaboren en mitigar la ecuación negativa que tenemos con nuestro ambiente.

 

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Este tipo de cubiertas vegetales en nuestros techos y terrazas, además de aportar todos los beneficios que genera el aumento de la vida vegetal como señalamos anteriormente, trae otras ventajas importantes para el inmueble. Una de ellas es reducir en forma considerable la temperatura en los ambientes que se encuentran debajo de techos y terrazas, por lo tanto también disminuye la utilización de climatizadores ahorrando dinero y energía, y por ende las emisiones que provocan el efecto invernadero. También regulan el escurrir del agua de lluvia ralentizando su salida en un 50% y disminuyendo de ese modo el riesgo de inundaciones; además, protege las capas impermeables de nuestros techos y terrazas de los rayos ultravioletas emitidos por el sol y achicando la diferencia de temperatura entre el día y la noche. Esto también se extiende a la estructura del inmueble ya que reduce la posibilidad de fisuras y rajaduras al reducir ampliamente la amplitud térmica que es la causa de estos fenómenos. Estas cubiertas vegetales actúan como verdaderos “Parasoles Biológicos” y con una enorme ventaja: las interacción con el sol no los destruye como otros materiales sino por el contrario, la vida vegetal utiliza la energía solar como alimento para crecer y seguir reproduciéndose.

Como podemos entender, la utilización de estas cubiertas verdes cambia completamente el paradigma creando interacciones inteligentes con el sol y otros fenómenos climáticos aprovechando su potencialidad y no defendiéndose de ella. Pero pensemos en otra escala: en nuestra ciudad con su enorme déficit de espacios verdes, sus recurrentes inundaciones antes las lluvias torrenciales recientes, y el calor agobiante en los días de verano en un lugar en donde existen 300.000 edificios de vivienda, comerciales, servicios, industriales etc., (Censo del 2010, Gob. de la ciudad) que tiene desde un piso hasta más de diez y cuyas terrazas y techos se encuentran vacías en su mayoría. Estos espacios deberían ser, por su exposición al sol y otras variables climáticas, la llave para construir nuevos paradigmas que posibiliten conquistar el Desierto Urbano en el que vivimos. Ahora bien, pensemos que si construyéramos en cada una de ellas una cubierta vegetal de 20 m2 solamente, tendríamos el equivalente a un parque de 600 hectáreas. Para darse una idea de lo que eso significa, el Parque 3 de Febrero (los Bosques de Palermo) tiene en la actualidad 280 hectáreas, lo cual significaría triplicar nuestra superficie verde.

 

Señalemos brevemente los beneficios directos que supondría esta ampliación:

Disminución de la temperatura general de la ciudad por reducción del efecto isla calor,

Reducción del riesgo de inundaciones por la capacidad retentiva y ralentizada del fluir de las aguas pluviales,

Tender a equilibrar la ecuación entre emisión y absorción de CO2 ya que la vida vegetal es un sumidero natural de este gas,

Mejora de la calidad del aire, ya que retiene partículas nocivas y lo enriquece con oxígeno ,

Reducción del nivel de ruido en la ciudad (el cual es insalubre),

Disminución del consumo de energía eléctrica en verano como consecuencia de la reducción de la temperatura general y en los distintos inmuebles.

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Entonces, tenemos una oportunidad y está al alcance de nuestros recursos y posibilidades actuales. Además, hoy lo que sería verdaderamente revolucionario es empezar a hacer, lograr un mundo con mejor calidad de vida construyendo interacciones inteligentes con el ambiente dejándolo de ver como un medio o recurso sino como parte activa de nuestras vidas. El ambiente y el hombre deben forman una unidad, la otra alternativa es la que estamos sufriendo hoy en día.

Rubén Schrott – Director de Verdesaires.

 

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