Hay circuitos de nuestra ciudad que vale la pena conocer, pero creame que si hace varios años que no los visita han cambiado notablemente, derruidos en la soledad y oscuridad de la historia, por la falta de atención pública.
El domingo pasado, recorriendo el casco histórico de la ciudad, caminaba con la cámara de fotos por la calle Belgrano, y realmente me asombro encontrar una cafetería Starbucks emplazado en un edificio histórico. Esta es sólo una fotografía que expresa la desidia política que rodea a la arquitectura de este y muchos otros edificios de la ciudad de Bs.As. Inmediatamente asocie esto con la poca identidad que tenemos los porteños, más allá del cafecito y el tango:¿será por la falta de voluntad política de preservar la memoria viva de nuestra ciudad? O simplemente será: ¿es la ausencia de participación y compromiso de los ciudadanos para que se respete y preserve el patrimonio cultural?
Acaso, nuestra identidad cultural, como ciudad, ¿se construye negando o destruyendo el pasado, mirando el futuro desde la ventana de una cafetería norteamericana? ¿y los arquitectos que piensan? ¿proyectan sobre las ruinas del pasado? ¿cómo se involucran desde las instituciones profesionales que los contienen? La duda es: ¿hay un masterplan para la ciudad? ¿Cuáles son los proyectos para salvar la arquitectura patrimonial de las garras del desdén político?
A esta altura bien vale la pena recordar los orígenes de nuestra ciudad, el esfuerzo de sus pioneros habitantes, los sueños de sus fundadores, el legado de los jesuitas y las luchas de sus dirigentes que fueron diseñándola a medida de sus necesidades colectivas: imprenta, boticas, red de defensa, cabildo, catedrales, cascos de estancia, legislatura, universidades…
Cuando Juan de Garay llegó a esas tierras, trazó por primera vez la cuadrícula de la que estaba destinada a ser ciudad de la Trinidad y Puerto de Buenos Aires. Así quedó al mismo tiempo marcado el emplazamiento que daría origen a la secular Manzana de las Luces.
La primera misión jesuítica llego al Perú en 1568. La componían ocho religiosos y su intención era la de convertir a los aborígenes. Desde Lima irradiaron su acción evangelizadora hacia el sur, pero recien en 1608 pudo concretar su establecimiento en buenos Aires, donde se instalaron en lo que actualmente es la mitad oriental de la Plaza de Mayo, en el terreno que Garay había anteriormente cedido al Adelantado Juan de Vera y Aragón. Allí los jesuitas construyeron su primera residencia, iglesia y colegio.
Estas edificaciones originales no tardaron en sufrir varios deterioros, a causa de la precariedades de los materiales que se habían utilizado en su construcción.
En 1659 se resolvió poner la ciudad en buen estado de defensa, puesto que por entonces el Río de la Plata se veía amenazado por corsarios y piratas ingleses, franceses holandeses.
El terreno donde se habían radicado los jesuitas, aledaño al Fuerte, resultaba desde todo punto de vista inadecuado, por lógicas razones militares, pues cualquier construcción obstaculizaría el empleo de la artillería emplazada en la fachada del Fuerte donde estaba la portada principal. Por eso, el 25 de mayo de 1661 se trasladaron a un nuevo predio, cedido a la Compañía de Jesús por Isabel de Carvajal, situado en la manzana limitada por las actuales calles Bolívar, Moreno, Perú y Alsina.
Este solar quedo identificado por primera vez como Manzana de las Luces, en un artículo aparecido en el periódico «El Argos» del 1° de septiembre de 1821, en el cual se mencionaban las instituciones de irradiación cultural que funcionaban en su ámbito.
La manzana de las luces desde la oscuridad
Los túneles, otrora punto de contrabando, restaurados para su visita turística se encuentran innacesibles desde la calle Perú 222. Si va con niños, no los introduzcan en el fantástico núcleo de las más fascinantes historias y mitos alrededor de los túneles porque al llegar ahí, se desmoronarán al instante. Una escalera caracol que permite descender hasta tres túneles enrejados, los cuales no se pueden recorrer. Según informa la guía, la refrigeración es para evitar desmoronamientos del material.
Aun hoy en día conservaran todos los misterios de nuestros antepasados, pues el escaso recorrido aleja a los visitantes de la vivencia que tenían en esos tiempos fundacionales. Por motivos de seguridad, es difícil la posibilidad de transportarnos a las antiguas épocas, a pesar de todo los túneles se mantienen vigentes para su observación desde el siglo XVII a XVIII aproximadamente. Se sabe que la red de túneles unía las iglesias y algunos edificios públicos con el Fuerte. Su función era para la defensa de la ciudad o para el contrabando de mercaderías, de la cual involucraba hasta a las autoridades de la época. Actualmente su acceso restringido nos hace reflexionar sobre su seguridad y sus diversos usos. ¿Quienes tendrían el acceso permitido?¿Qué medidas de seguridad tomaban esas personas que ingresaban?
En las visitas guiadas se invita a conocer e introducirse en el origen de la Manzana de las Luces: La Iglesia de San Ignacio, la más antigua de Buenos Aires; el claustro del antiguo Colegio de San Ignacio llamado luego San Carlos y hoy Colegio Nacional de Buenos Aires y la Procuraduría de las Misiones Jesuíticas. A través de las Casas construidas en tiempos del Virrey Vértiz, recreamos la Vida Cotidiana del siglo XVIII
También se interna a los visitantes en el pasado legislativo, quienes ocuparán las bancas de los Diputados de la antigua Sala erigida en 1822 donde juraron Dorrego, Rivadavia, Rosas y Mitre entre otros; visitarán la sede de la antigua Presidencia de la Legislatura donde fuera asesinado Manuel Vicente Maza en 1839.
Siguiendo el recorrido por el casco hist{orico, sobre la calle Bolivar al 300, la situación arquitectónica parece agravarse aún más. El Palacio Raggio, emblemático edificio del siglo XIX, en un estado tétrico y con un cartel del estudio Fernandez Prieto que se hará cargo de su refuncionalización. Este palacio había sido construido para los hermanos Raggio en 1910 y proyectado por el arquitecto Lorenzo Siegerist. Durante años funcionó en el abandonado edificio un conventillo, donde vivían hacinadas decenas de familias, que fueron desalojadas hacia 2007 para instalar un hotel, proyecto que no se concretó.
El estudio Fernández Prieto y Asociados junto a Franchino Negocios Inmobiliarios anunciaron en 2011 el lanzamiento a la venta de las suites y residencias ubicadas dentro del emblemático Palacio, en pleno casco histórico de la Ciudad de Buenos Aires.
El emprendimiento, que contaría con 150 unidades de 30 a 90 m2 distribuidas en 8 plantas, tiene varios aspectos diferenciales en su diseño y estructura, como una gran altura que oscilaría entre 3 y 4 metros de altura.
Pero de este expectante y triste paseo de domingo, sólo se rescata la curiosidad de esos visitantes, turistas y locales ávidos por conocer y adentrarse en la historia cultural de la ciudad. Quienes recorremos la ciudad, sabemos y hemos comprobado los numerosos edificios históricos, el patrimonio arquitectónico y cultural que están a la deriva de su preservación. Y realmente, como ciudadanos duele, el desmoronamiento de esa identidad construida en las bases de otros valores. Hoy estamos presenciando la disolución de esos bastiones arquitectónicos que con tanto orgullo denominamos frente a los turistas, como un bastión identitario de nuestra porteñidad.
Por otra parte, aquellos visitantes curiosos por conocer abonaron una entrada que prometía mucho más de lo que realmente brindaba. Ante su decepción generalizada y con la imperiosa despedida de la guía nos hemos quedado con el sabor amargo de contar con una visión “museológica” de la cultura, donde se hace un inventario de colección compuesto por objetos, cosas y obras descontextualizadas de su tiempo, valores comunales.
A esta altura, probablemente, se estará preguntando como yo, quien gestiona y (de) construye nuestra historia cultural en la Ciudad de Bs.As. ¿el gobierno, los ciudadanos, los arquitectos, los trabajadores de la cultura, la comisión nacional de la manzana de las luces o todos?