Hace unos 25 años atrás, cuando todavía vivía en la provincia de Bs. As., fui de campamento por la costa del Río de la Plata, con el objetivo de ver en vivo cómo era el encuentro de la pampa con el río. Me fascinaba -y me sigue fascinando- ver mapas, aún en tiempos de GPS con lenguaje extranjero. Los mapas hablan con signos, con símbolos y con datos, como las cotas de nivel, por ejemplo. Ese viaje tenía además como destino llegar a Punta Indio, mítico lugar (en los mapas) donde comienza la bahía de Samborombón. Allí además hay un faro…y qué cosa más cautivante que un faro… Pero el nudo de lo que quiero contar no es exactamente esto, es de qué manera la pampa verde y plana se transforma en otra pampa de barro y agua, también plana. Punta Indio fue en los años 30 una especie de balneario. Sus anchas y profundas playas alisadas por el pampero (o viento del oeste) le daban un horizonte real de amaneceres y también la elevaron al promisorio destino de las ciudades que crecen durante los veranos. Ese promisorio destino no sólo le fue dado naturalmente por las condiciones físicas del lugar. También lo fue por la apropiación de los rematadores de lotes, las compañías inmobiliarias de los “urbanistas” que trazaban planos con el máximo rinde posible de la tierra. Y allí, justamente en ese límite finito, en ese espacio liminal, se vendieron tierras y se construyeron  casas, hoteles y clubes. Pero algo sucedió, y estaba a la vista en ese tiempo…Eran las ruinas que pendían oscilantes sobre el exacto borde donde la tierra se transformaba en la planicie de la playa, una mini barranca de menos de un metro de altura.  Me sorprendió ver en materia misma, esa línea de encuentro que en los mapas era también una línea definida. Allí en ese encuentro, las sudestadas azotaban y modificaban la línea a su antojo, comiendo porciones según la vehemencia y duración. Pusimos la carpa en cercanías de la línea, la playa era larga y profunda, con el suelo dibujado de  viento y arcilla fresca. La piel de barro era un infinito cuadro de texturas  que se hundían más allá dentro de las olas. Pero ese bucólico paisaje, se transformó por la noche con el cambio de los vientos. A pocos metros una casa estilo chalecito, con un nombre compuesto e indefinido, yacía totalmente inclinada ya atravesada por la línea, y más allá, como en un punto más alto, las ruinas del hotel habían quedado ya del otro lado  de la línea.

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El casco urbano era también un conjunto de construcciones de perdido esplendor, testimonios de un tiempo mejor y juvenil. Entre esas construcciones, un hotelito, a doscientos metros de la playa, esperaba a quienes huían de algún lado incierto. Y finalmente, a eso de las nueve de la noche, con la sudestada comiéndose la línea con furia, decidimos desarmar la carpa y refugiarnos en ese hotel. El río nos había corrido, empujado, desalojado de allí. Por la sencilla razón de “venir a buscar lo que le pertenece”, tal como lo dijo el dueño del triste hotel que nos dio refugio. Nunca olvidé esa frase, y la recuerdo cada vez que suceden episodios de inundaciones, como el trágico de la semana pasada. El río vuelve a buscar lo que le pertenece, y el hombre debe retirarse detrás de él.

Las cotas de nivel de los mapas marcan perfectamente el territorio de unos y de otros, los límites exactos, como si fuera un campo de juego. Lo uno y lo otro perfectamente definido, como esa línea donde la pampa verde convive con el río, es aquí y es allá. Lo que ha sucedido esta triste semana de los temporales, es que el juego de los límites se hizo visible, los campos volvieron a entregar al río el territorio para su desborde. Pero lo trágico es ya no el temporal. Lo trágico es que los hombres, atravesados por la codicia, por la falta de planeamiento, por la falta de controles, decidieron construir más allá de la línea, exactamente sobre el territorio del río. La desmesura podría modificarse por la palabra des-mensura, o sea, lo que no se  mide antes de hacer. Y las ciudades son objetos de medición, de planificación, de criterios y de mapas con cotas de nivel. Puede que las asistencias, las ayudas solidarias nos den alivio, nos reconforten también al mostrar cuán solidarios somos los seres humanos. Pero si la noticia se enfría con el transcurso de los días y, como corresponde, todos los habitantes de las casas inundadas vuelven hacia ellas, entonces estaremos  facilitando inevitablemente la repetición de la historia.

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*Reflexión del arquitecto Víctor Gallardo