Los logos del Museo de El Greco en Toledo, del Teatro de la Abadía de Madrid o las portadas de libros de José Saramago, entre otros, tienen detrás al diseñador madrileño Manuel Estrada, quien ha inaugurado su exposición temporal en la sede neoyorquina del Instituto Estadounidense de Artes Gráficas (AIGA).
Afiliado a la máxima del teórico italiano Gillo Dorfles que reza que el diseño es el arte de la sociedad industrial, Estrada apuesta por un diseño útil para el ciudadano, en contra de ese diseño», relacionada con lo superfluo e innecesario.
«Ha sido culpa de los diseñadores que han o que hemos sobrediseñado», explica en una entrevista con Efe Estrada, quien por su parte reconoce: «A veces hacer cosas innecesarias me da pudor. Prefiero hacer algo que resuelva un problema».
«Estrada: sailing through design» (navegando a través del diseño) permanecerá hasta octubre en Nueva York y resume la trayectoria de este madrileño, quien comenzó a estudiar arquitectura pero, fascinado por el deseo de la Bauhaus de convertir el mundo en un lugar mejor a través del diseño, se pasó «al lado oscuro», bromea, y abrió su propio estudio.
Para él, su oficio es el de «entender lo complejo y luego simplificarlo», una labor sincrética que ha aplicado a museos, teatros, ministerios o el servicio Bibliometro del Metro de Madrid.
Ahora que ha expuesto sus trabajos en ciudades tan dispares como Helsinki, Miami, Berlín o Las Palmas de Gran Canaria, va acotando su margen de acción como diseñador.
«He pasado años intentando cambiar el mundo, pero ahora que he visto que no se puede, creo en, al menos, hacerlo más agradable», resume, aunque señala a Apple como ejemplo del valor emocional del diseño en la industria contemporánea.
En esta exposición, además de sus trabajos más reconocibles para el viandante o el lector español, se puede ver su proceso creativo, en un sinfín de cuadernos de trabajo.
«Las ideas es lo más valioso que tenemos, la conexión mano-cerebro-corazón queda en estos cuadernos. Da igual la sofisticación de los programas, la esencia es la capacidad creativa», asegura.
Fascinado por la sobriedad después de su visita a Helskinki y a la arquitectura de Alvar Aalto, y admirador de los italianos por entender «la fuerza del diseño como motor industrial», reconoce que el diseño juega con lo artístico y lo comercial a la vez, pero no cree que haya conflicto con ello.
«¿Creía Miguel Ángel en Dios?», pregunta Estrada, quien considera que, a lo largo de las grandes etapas del arte, siempre hubo detrás una gran institución, bien sea la religión, una casa real o, en pleno siglo XXI, la economía, explica Estrada.
Entre las causas que puede trabajar a través de sus diseños, está la de hacer leer a la gente «en esta ola ‘libricida'», dice.
«Es un ejercicio de entrada y de salida. Me gusta que sea lo primero que ve el lector y que le atraiga a comprar el libro, pero lo que más me gusta es que un lector, al terminar el libro, diga ‘ahora entiendo la portada'», asegura.
Fuente: El Pais