En los últimos años, incentivado desde los ámbitos más dispares y por organizaciones que persiguen fines inclusive antagónicos, la idea de crecimiento (en tamaños o en densidades) como paradigma de desarrollo urbano ha sido sustituida por el concepto de calidad. Se inducen cambios favorables a la sostenibilidad a la hora de abordar decisiones estratégicas: tipologías de asentamiento, estructura urbana, equilibrio y complejidad, actividades económicas, accesibilidad del espacio urbano.

En su publicación «Ciudades para un pequeño planeta» del año 2000, Richard Rogers propone una serie de definiciones a partir de las cuales califica a una ciudad sostenible como «UNA CIUDAD ECOLÓGICA, que minimice su impacto ecológico, donde la relación entre espacio construido y paisaje sea equilibrada y donde las infraestructuras utilicen los recursos de manera segura y eficiente» pero además y fundamentalmente debe ser «UNA CIUDAD JUSTA, donde la justicia, los alimentos, el cobijo, la educación, la sanidad y las posibilidades se distribuyan debidamente y donde todos sus habitantes se sientan partícipes de su gobierno».

Sin duda estos dos conceptos van de la mano. En reiteradas oportunidades hemos planteado desde este espacio la necesidad de entender el aspecto democratizador del uso consciente de los recursos naturales. El uso desmedido de la tierra o del agua, por ejemplo, solo incide en el aumento de los precios de uso de esos recursos y por ende en  la reducción del número de habitantes que acceden a ellos.

Hay variados aspectos de la vida urbana que deben atenderse para ayudar a que esto ocurra. En principio, la ciudad debe planificar una estrategia de recuperación de terrenos o de inmuebles abandonados, la idea es impedir que la ciudad crezca en su extensión territorial de modo descontrolado y a la vez promover que se concentre adecuadamente en zonas de la ciudad que ya posean la infraestructura de servicios adecuada sin sobrecargarla.

Por otro lado una ciudad sustentable podría entenderse como aquella ciudad donde existe una adecuada movilidad. Esto debe pensarse desde distintas escalas. Por ejemplo, debe contar con una red de transporte público eficiente y que permita acceder velozmente a los puntos más alejados de la ciudad y además debe resolver detalles de accesibilidad de todos los habitantes a los espacios urbanos. Se ha entendido que las calles en la ciudad son un recurso con cada vez mayor demanda y menor oferta en lo que a circulación se refiere. Por tanto, si se privilegia el uso del automóvil, no hay plan urbano que logre evitar los embotellamientos. La movilidad sustentable requiere de acciones como la creación de ciclovías, la peatonalización total de calles en ciertos sectores, sobre todo en los centros de las ciudades  y el transporte público eléctrico, como los tranvías.

Por otro lado debe resolver también el ahorro de energía y de recursos hídricos, la disminución de la contaminación auditiva y creación de espacios públicos agradables donde haya áreas verdes con una gran funcionalidad (especialmente para la recreación). Otro elemento de gran importancia para una ciudad que busca ser sustentable es fomentar la implementación de arquitectura bioclimática, que consiste en el diseño de edificios teniendo en cuenta las condiciones climáticas y del entorno (aprovechando los recursos disponibles, como el sol, la vegetación, la lluvia, la dirección del viento para reducir el impacto ambiental de las construcciones). El objetivo es brindar a los habitantes de la ciudad una mejor calidad de vida.

 

Fuente:

www.elpergaminense.com