En la actualidad, aunque suene extraño, es posible decir que los problemas económicos no se encuentran en la Argentina o en los países emergentes, sino que los mismos se dan en Estados Unidos y los países europeos más desarrollados, fundamentalmente debido a la caída de la producción industrial a nivel mundial.

En las economías desarrolladas la última recesión ha sido muy fuerte y a pesar de que existen signos de recuperación, los mismos aún son muy débiles, por lo cual la producción seguirá siendo escasa y el desempleo seguirá siendo alto.

Los datos existentes permiten comprobar que, en general, las economías desarrolladas en crisis están creciendo a un ritmo del orden del 3,5 por ciento, un nivel aceptable para frenar el desempleo pero aún insuficiente para poder recuperar puestos de trabajo.

Este panorama sólo era imaginable en países como la Argentina, pero sin embargo esta situación se da hoy en países como España, donde el desempleo alcanza a casi el 20 por ciento, o en Estados Unidos, donde ese índice parece querer anclarse en un 10 por ciento.

Hace 25 años atrás, las recesiones eran cortas y las economías desarrolladas presentaban cierta calma apoyada por una paulatina desregulación financiera, y esto hacía que los hogares de Estados Unidos no tuvieran grandes deudas, ya que las mismas sólo alcanzaban al 60 por ciento de sus ingresos. Hoy ese endeudamiento supera el 100 por ciento, algo que también sucede en Europa.

Esta situación motivó una retracción general y una serie de recortes impulsados por los gobiernos para poder pagar deudas, y como en un círculo virtuoso, esto generó una fuerte caída de la producción a nivel mundial.

Para poder aumentar el gasto de la gente y posibilitar inversiones, los bancos centrales comenzaron a recortar las tasas de interés, aunque en este camino surgió el inconveniente de que esas tasas jamás podrían llegar a 0, un nivel que aún resultaría insuficiente debido al elevado nivel de endeudamiento.

Para poder empezar a solucionar en parte estos problemas, es necesario aumentar el gasto público, algo que por ejemplo en Estados Unidos no se está haciendo y que impide que alrededor de 1,5 millones de trabajadores aún estén desocupados.

Esta receta parece haber sido comprendida por las economías emergentes, que ya no contraen grandes deudas en dólares, una situación que hoy, a pesar de la crisis, les permite seguir creciendo.

Sin embargo, todavía, los países emergentes no pueden ser la locomotora del crecimiento mundial dentro de un panorama donde no se van a producir grandes inversiones y las políticas monetarias están agotando todas las posibilidades a su alcance para enfrentar la crisis.

El panorama a nivel mundial es de una gran incertidumbre, porque a diferencia de lo que sucedió en los años 90, las inversiones en tecnología no van a resultar suficientes para dar respuestas a la crisis global.