Además de diseñar, crear edificios y ser el nexo entre las necesidades humanas y las realizaciones posibles en lo que a habitar espacios se refiere, el arquitecto debe contemplar el impacto sobre el medio ambiente. ¿Qué restricciones poseen para elaborar planos y diseñar edificios? ¿Queda en la conciencia de cada uno la valoración de la naturaleza? ¿Cómo y hasta dónde construir sin destruir?
Las acciones del hombre, cuando hace arquitectura en un sitio virgen, no siempre tienen en cuenta el equilibrio. Lo natural nos ha sido entregado como un legado y ese valor no debe perderse nunca de vista. Un campo nuevo, que nunca ha conocido la intervención lisa y llana de las topadoras, es como un lienzo en blanco, de una pureza intimidante y jamás el campo de batalla de la cultura contra la naturaleza. Hoy en día, por suerte, los valores del equilibrio, de la consideración del medio ambiente y la idea de la sustentabilidad están presentes al momento de diseñar la obra arquitectónica. Pero también está esa naturaleza muda, que sin embargo nos mira y espera. Cada acto transforma el hábitat humano, sea en la escala que fuere. Muchas veces las transformaciones en el sitio tienen consecuencias indeseadas y en ocasiones irreparables.
El terreno donde se instalará el campus de la universidad de Río Negro, en Bariloche, contiene una exquisita gama y variedad de especies autóctonas. La tierra habla con su propio lenguaje y sus plantas originales. Lo que parece un páramo casi desértico en realidad es un manual de vida en la estepa. La función del arquitecto es diseñar un edificio, pero su acción es transformar también lo que ya está dado. Entonces, ¿cuál es el límite? Una obra puede ser excelente, puede tener en sí misma el detalle exquisito de la sustentabilidad, pero también debe ser el anfiteatro del diálogo con su entorno inmediato, hasta en los mínimos detalles que están fuera del edificio.
La nueva sede de la UNRN estará en un lugar que pareciera no decir nada en absoluto. Visto desde la totalidad parece una porción de la infinita estepa patagónica. Sin embargo, vista desde la más mínima perspectiva, desde la altura de sus pastos duros y de sus abrojales, contiene un mundo de vidas adaptadas al duro suelo, a la reconversión misma de la tierra después del cataclismo. Ahora mismo, en este instante, la naturaleza se recrea a sí misma, sin cesar. Busca su equilibrio como un mandato divino y nos habla a los hombres con el silencio, como si fuera una catedral gótica.
* Por el arquitecto Víctor Gallardo