Los arquitectos Jorge Hampton y Emilio Rivoira lideran uno de los estudios más reconocidos tanto en el país como en el exterior. Jorge Hampton recibió a C+T para conocer más de su trayectoria, la importancia de los premios, su visión sobre la arquitectura de hoy y la observación apasionada sobre un barrio en que vive y trabaja.

 – Cómo nace su pasión por la arquitectura?

– Empieza por una cuestión de curiosidad por lo constructivo y el arte. Desde los 14 años sabía que quería ser arquitecto y podría identificar algunos edificios que me llamaron la atención como la obra de Caveri-Ellis en la Iglesia de Fátima en Martínez o varias casas que componían el entorno de donde yo vivía en Olivos como una de Aslan y Ezcurra. Todo esto me fue definiendo para volcarme a la arquitectura.

 – Cuándo se produce el encuentro con el arquitecto Rivoira?

– Emilio Rivoira había sido alumno circunstancial en la Facultad y nos fuimos haciendo bastante amigos. Luego estuve en Europa durante seis años y cuando volví me inserté en el estudio de Urgell, a mediados de los ’80 pareció conveniente establecernos como un estudio independiente. Nos juntamos con Roberto Fernández, el historiador de Mar del Plata, y fuimos creciendo en forma constante. Siempre tuvimos el estudio en este barrio (Palermo) con lo cual pudimos enfatizar ciertas aproximaciones a un problema que tenía que ver con el aprovechamiento del recurso y las circunstancias. Revalorizando al reciclaje como una opción viable en la arquitectura.

 – Desde aquellos inicios cómo cambió este barrio?

– Cambió de manera desesperante. Es desalentador en el sentido de que cuando uno pensaba que estaba construyendo una identidad resulta que vienen de afuera, del sector comercial -el que gerencia comercios que es muy distinto al propio dueño- que se apropió del barrio con la hipótesis de que era posible una cosa de mucho menor costo y de menor enajenación para el usuario que el shopping, entonces se generó una suerte de shopping a cielo abierto. La realidad es que en el entorno formado por Scalabrini Ortíz y la vía y Córdoba hasta Paraguay hay 800 locales; muchos más de los que tiene el Unicenter. De modo que fue transmutando en un entorno particularmente distinto que a muchos no nos entusiasma. De hecho, hace poco cerraron el bar «El Taller» que era un emblema del barrio para generaciones enteras de arquitectos que pasaban por acá.

 – En otro orden de cosas, quería preguntarle que importancia tienen los premios para ustedes?

– Para nosotros el premio es una circunstancia complementaria. Nunca nadie hizo nada acá para sacar un premio, aparte de un concurso que interesa ganarlo por la eventualidad de la obra, pero el premio en si mismo nunca tuvo mayor interés. En cuanto a la publicación, uno trata de que las cosas se publiquen porque en última instancia es visible y en algunas oportunidades nos sirvió para decir «hicimos esto y está publicado». En general el cliente valora, mistifica a la prensa como que si está publicado vale la pena. Pero los trabajos no nos han venido por ese lado, han venido porque somos un estudio de arquitectura y dirección de obra -nada más-; no tenemos una operación de gestión para conseguir trabajos. Para nosotros el cliente es el móvil en este estudio.

 – Cuál es para ustedes el rol del cliente?

– Consiste en entender lo que uno le está proponiendo, ponderarlo, corregirlo e insistir en su propia línea de pensamiento y estar abierto a otras. Imaginate que hacés oficinas, en general las opciones son sencillas: tenés muchas puertas adentro o tenés planta libre. Algunos están enganchados en tener oficinas con muchas puertas por aquello de «para que cambiar las cosas» o por «tener su kiosco» pero cuando se ponen a trabajar en oficinas de planta libre, dicen «cómo no se me ocurrió que había otra manera». Más cuando empiezan a aparecer lugares de relax o estar como en las oficinas de Microsoft -que hicimos- en las cuales se encontraban juegos y en el lugar de lo que ellos llamaban «la cantina» había un autoservicio alucinante con mesas grandes, todo conectividad. Una manera de trabajar más entretenida, menos estresante y, en definitiva, más fructífera.

 – En su página web tienen casi una declaración de principios, unos mandamientos. Eso se ha trasladado a la generación nueva de arquitectos?

– Creo que cambió bastante. Era una fantasía pre informática, era cuando había calco, lápiz, se dibujaba, eso debe ser de los años ’80 cuando empezamos a operar en el barrio y realmente nos pareció que había una manera de encarar la cosa que podría ser reducible a 10 o 12 frases a las cuales podría agregar mas. Pero después se desdibujó muchísimo todo cuando surge la potencia de la imagen por encima del contenido. La construcción de imágenes es una perversidad terrorífica y más en la actualidad con la arquitectura de autor, como si tuviera algún sentido que alguien estuviera en un estado tan permanente de innovación a partir del mandato ese ridículo del movimiento moderno, que es la originalidad por sobre todo. Es la originalidad en vez de la continuidad, la construcción de la historia de la arquitectura reciente a partir de que la vigencia está en la ruptura, si no hay una ruptura no estás en los libros estos que están acá, los libros de Clarín. 

Es lo mismo que cuando decimos en esos mandamientos, más vale el contexto que el objeto, la arquitectura de autor y toda esta historia de la ruptura es un culto al objeto, no es un culto al contexto, pero todos vivimos en contextos, queremos mundos armónicos, no queremos mundos histéricos, no queremos entornos extravagantes. Podría haber una extravagancia, está el Obelisco como ejemplo, porque tiene un carácter simbólico desmedido, pero en arquitectura el simbolismo, la arquitectura como símbolo, no la veo. Para mi es un maravilloso arte utilitario. Podrías recomendarle a tus lectores que lean el libro de Norberto Chavez llamado «El diseño invisible».

 

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