Con algunos de sus grandes tesoros de la Antigüedad –como el Coliseo, el Foro o el Panteón– a la vista de turistas y vecinos, parece difícil imaginar que Roma todavía esconda secretos capaces de sorprendernos. Y, sin embargo, es mucho todavía lo que nos queda por saber de la fabulosa civilización que surgió a orillas del río Tíber.
Una buena muestra de ello lo encontramos en el reciente descubrimiento realizado por un equipo de arqueólogos formado por especialistas de la capital italiana y de una universidad estadounidense, quienes creen haber hallado, ni más ni menos, que el templo más antiguo que se conoce de la antigua Roma.
El sonado hallazgo se ha producido gracias a una colaboración de varios años entre arqueólogos de la Universidad de Michigan –con el profesor Nic Terretano a la cabeza–, y estudiosos de la propia ciudad de Roma, en un programa que lleva por nombre Proyecto Sant’Omobono.
Sant’Omobono es el nombre de una iglesia medieval situada a tan sólo unos cientos de metros del río Tíber, muy cerca de la isola tiberina, y es precisamente allí, junto al templo cristiano, donde los arqueólogos han descubierto los cimientos del antiquísimo templo romano, levantado en torno al siglo VII a.C., coincidiendo con la fundación de la ciudad.
En aquellas fechas remotas, el Tíber estaba mucho más cerca del solar que ocupa la actual iglesia de Sant’Omobono y, de hecho, el templo romano recién descubierto se construyó a orillas de uno de los recodos del río. Esta es una de las razones que ha convertido las labores de excavación en un complicadísimo trabajo para los arqueólogos, pues los cimientos del templo pagano se encuentran bajo una capa freática.
Terretano y sus colegas creen que el templo fue construido en esa ubicación porque era allí donde se situaba el puerto de la antigua Roma, y por tanto donde amarraban los barcos de comerciantes procedentes de Líbano, Egipto o Chipre. Esta actividad comercial habría sido la que llevó a los antiguos habitantes de la ciudad a construir allí un templo –probablemente dedicado a la diosa Fortuna–, para recibir a los comerciantes extranjeros.
En la Antigüedad era frecuente que los santuarios de la diosa se ubicaran lugares de comercio, pues se creía que Fortuna actuaba a modo de “juez” imparcial ante las transacciones comerciales y favorecía la confianza mutua entre los comerciantes extranjeros y los de Roma.
Por otra parte, los marinos y mercantes foráneos y locales también habrían aprovechado la presencia del templo para realizar ofrendas y pedir protección a la diosa Fortuna antes de embarcarse en las largas y peligrosas travesías por el Mediterráneo, pues los arqueólogos han descubierto en el yacimiento una gran cantidad de ofrendas en miniatura, todas ellas con forma de embarcación.
Las difíciles condiciones en las que han tenido que trabajar los arqueólogos del proyecto –con filtraciones y surgencias de agua procedentes de la capa freática– impidió que la zona excavada permaneciera abierta de forma permanente, de forma que tras tres días al aire, los investigadores tuvieron que proceder a sepultarla de nuevo.
En cualquier caso, el hallazgo ha servido para conocer un poco mejor cómo vivieron los romanos en los primeros años de su fundación, y ha demostrado que, a pesar de ser una ciudad recién nacida, la futura capital de uno de los mayores imperios de la Antigüedad ya comenzaba a despuntar como uno de los puertos comerciales más prometedores del Mediterráneo.