Vivo en Chacarita, cerca del Barrio Parque Los Andes. Siempre me llamó la atención ese conjunto de edificios por su impronta serena, atemporal, y por el verde que los rodea. A lo largo de los años, gracias a amigos que viven ahí, tuve la oportunidad de entrar varias veces y recorrer sus pasillos, sus construcciones sólidas y sus espacios comunes, pensados desde su origen para activar la vida en comunidad .
El Barrio Parque Los Andes fue construido entre 1926 y 1928, bajo el impulso de una política urbana que entendía que la vivienda no era solo un techo, sino también una oportunidad de construir una visión particular de la vida en común. Diseñado por Fermín Bereterbide para obreros y empleados municipales, fue uno de los primeros proyectos de vivienda social en Buenos Aires. Integraba arquitectura moderna, espacios comunes, jardines, locales comerciales, una biblioteca, un teatro y hasta un jardín de infantes, todo pensado para favorecer el encuentro y mejorar la calidad de vida de sus habitantes.
Casi un siglo después, su legado sigue intacto: es un ejemplo concreto de cómo el diseño urbano, la arquitectura y el espíritu comunitario pueden entrelazarse para proponer formas de habitar más humanas y sostenibles.
Hoy, cuando pienso en el cruce entre cultura, creatividad y el sector inmobiliario, inevitablemente vuelvo a este barrio. ¿Qué tipo de ciudad queremos habitar? ¿Cómo queremos que sean nuestros vínculos? ¿Qué espacio pensamos para educar a las nuevas generaciones?
Durante mucho tiempo, pensar en el sector inmobiliario fue, simplemente, pensar en metros cuadrados, tasas de retorno a la inversión, proyectos llave en mano. Pero en los últimos años, una transformación profunda recorre las ciudades del mundo: la toma de conciencia de que no habitamos solamente espacios físicos, sino también territorios simbólicos, sociales y culturales .
El verdadero valor de un proyecto inmobiliario no está solamente en su ubicación o su arquitectura, sino en la experiencia de vida que propone, en su capacidad de construir identidad y sentido de pertenencia, en el modo en que dialoga con su entorno y contribuye al bienestar colectivo.
La cultura y la creatividad están en el centro de esa transformación. Integrar arte, diseño, memoria y participación comunitaria en los desarrollos inmobiliarios ya no es un lujo ni una excentricidad: es una estrategia para hacer ciudades más habitables, vibrantes y resilientes.
En el newsletter de hoy quiero compartir reflexiones, diagnósticos y, sobre todo, ejemplos y herramientas concretas para pensar el desarrollo inmobiliario desde un lugar diferente: uno donde la creatividad, el arte y la responsabilidad con el territorio sean el punto de partida para imaginar cómo queremos habitar el futuro.
Por Enrique Avogadro
