¿Qué busca el hombre en la arquitectura? ¿Cuál fue el objetivo principal en el comienzo y cuál es su rol actual? ¿Construcción cultural? ¿Propiedad de los desarrolladores inmobiliarios? ¿Abstracción de lo material o de lo espiritual? ¿Cómo ha sido y es afectada por la economía y las concepciones de la propiedad? ¿Deberían replantearse nuestros códigos urbanos? Una reflexión sobre la cuenta pendiente de la arquitectura con el hombre.

Esta pregunta es tal vez más vieja que la misma existencia y más joven que el mismísimo tiempo aun no estrenado, o sea, lo que vendrá…

De viaje desde Bariloche a Ingeniero Jacobacci por la ruta nacional 23 he visto, cada vez que pasaba por el valle del río Pichi Leufú, una cueva ubicada a unos cien metros de la ruta. Muchas veces pase por allí y no me detuve, pero bastó una sola detención en ella para comprobar la existencia de pinturas rupestres entre impropios grafittis. Las huellas del hombre antiguo y las del hombre nuevo juntas, que por cierto eran bastante diferentes. Aquellos que aún no conocían el lenguaje escrito curiosamente sí parecían conocer el mundo. Sus pinturas hablaban acerca del mundo o representaban lo que este significaba para ellos. Una serie de círculos como una constelación, un hombre a caballo cazando guanacos, una serie de líneas como laberintos… La tierra era la tierra del hombre, el hombre era también la tierra y la cueva, como un vientre de piedra, un horno de fundir los alimentos, de coser los cueros, de hacer los hijos, de inaugurar las primeras filosofías fenomenológicas sin tener  siquiera la necesidad de definirla.

Ahora sabemos lo que la ciencia y la filosofía nos han entregado como legado de la explicación, sabemos del mundo y del no mundo, pero ¿qué es lo que el hombre ha cambiado? Ha cambiado al mundo, pensándose como su propio centro. La economía ha devorado al hombre en clases y categorías etnocéntricas, el capitalismo instaló el concepto de la propiedad de las cosas del mundo y dejó sentada falsamente las bases de la inmortalidad, como si la posesión fuese un acuerdo con el mañana: error.

El hombre de la cueva, que no conocía la economía, ni la ciencia, ni la filosofía de la ciencia, sí conocía del mundo, lo conocía como algo propio, como si fuera él mismo una extensión del mismísimo universo. Nunca lo supo quizás, pero en esa cueva, como en cualquiera de las cuevas pintadas del mundo por la necesidad del amor, por el poder del fuego, de la tierra, del viento, de la lluvia del invierno, allí aquel hombre antiguo comprendió el primero de los principios de la arquitectura, el principio de la tercera piel. La cueva tiene la forma de un toldo, un toldo pero de piedra. Da la espalda al viento del oeste y abre su boca hacia el este, hacia el valle del río Pichi Leufú. Tiene una profundidad de unos cinco o seis metros, su interior se divide como en tres sub-espacios de menor altura, todos de formas redondeadas y orgánicas. El tiznado de los muros y el cielorraso no permite ver muy bien las pinturas. El lugar nunca ha sido protegido y todavía suele dar refugio a pescadores y pastores. El sitio es sobrecogedor, basta quedarse quieto, en silencio, cerrar los ojos y reconstruir, en el vacío de la mente, al tehuelche y su familia. ¿Cuántos años, cuántos siglos?

Hoy en día, mientras pienso la arquitectura, pienso en diseño, pienso en materiales, en estructuras, pero ¿cómo pienso a los hombres dentro de ella? Me pregunto si lo que el arquitecto hace cuando proyecta, además de ser de por sí una abstracción de lo material, no es también una abstracción de lo espiritual. ¿No habremos perdido acaso la conexión real con el sentido que le dio origen a la arquitectura? Me refiero a “ese” descubrimiento de la tercera piel. Parecería estar fuera del mundo cuando se habla de arquitectura, como si fuese sólo una construcción cultural, sólo una creación mental en una serie de espacios a recorrer, sólo una cuestión de luz y color. Pero ¿dónde queda la emoción de la memoria profunda? Digo, esa memoria ontogénica que todos llevamos dentro ¿Es acaso la arquitectura la propiedad de los desarrolladores inmobiliarios? Obviamente, no. La arquitectura es algo más que un valor por metro cuadrado; es también esa sensación del tehuelche cuando hizo el primer fuego en la cueva, cuando en los largos inviernos pintó con los dedos a su familia, a su vida, a su mundo sin propiedad privada.

La arquitectura tiene una cuenta pendiente: aún debe explicar al hombre común para qué sirve la arquitectura, si no es para ser piel, justamente. Cada región, cada lugar tiene su equilibrio. Incluso en las ciudades, aunque no lo parezca, debería existir la conciencia de la posible armonía. No sé, incluso, si los códigos urbanos no deben ser reescritos uno por uno. Puede que sea una utopía -casi con seguridad lo es- pero ¿hasta dónde el hombre moderno puede obviar al mundo?

Al día de hoy, la ruta 23 está siendo pavimentada, ello implica que la vieja traza de ripio, de curvas cerradas y pendientes bruscas debe ser modificada. Del sitio exacto donde está la cueva de Pichi Leufú, la nueva traza pasa a unos escasos treinta metros. Se puede ingresar a ella sin ninguna protección y todavía ver las pinturas, pero ¿por cuánto tiempo más se podrán ver, antes de desaparecer bajo los grafittis del hombre nuevo?

 

*Por el Arquitecto Víctor Gallardo.