El vínculo que se crea entre el espacio exterior y el estado de ánimo afecta todas nuestras acciones. Los ambientes nos condicionan. En la niñez, la arquitectura escolar imprime sensaciones, olores y recuerdos que influyen no sólo en el aprendizaje, sino en toda la vida de los individuos.

“La arquitectura es la expansión del cuerpo en el espacio donde el ser humano permanece o transita. Es como una piel que nos contiene en actividad o en contemplación. Lo que determina el encanto en paredes y puertas y ventanas y graderíos ha de ser una fuerza que se difunde”, revela Jaime Sáenz en su homenaje al arquitecto Emilio Villanueva.

Un ambiente condiciona la percepción del espacio; pero no sólo el espacio habitado sino también el espacio interior del alma. Nos reflejamos en él tanto como él se refleja en nosotros. Hay una vinculación espiritual entre ámbitos y ánimo. Hacemos arquitectura al tiempo que la arquitectura nos hace, pues. Ésa es su fuerza. Si uno implanta cuatro paredes con arte y sabiduría, ya aparece la fuerza.

En mi infancia temprana fui a dar al Hospital General de La Paz (Bolivia), obra de Villanueva erigida en 1925. Ya de adulto, casi sin rastro de ese episodio en la memoria, leí a Sáenz develar la magnífica construcción, con una atmósfera profunda, con una configuración secreta, con unos rincones en los cuales uno quisiera ocultarse y descansar. Y tal relato literario reconstruyó en mí el recuerdo completo, con esa fuerza, con un olor a no sé qué. Sentí como si el poeta evocara desde mi propia vivencia la trascendencia de la arquitectura sobre los humanos.

Por eso me duele cuando observo las escuelas que el Gobierno Municipal de La Paz levanta en la ciudad para los niños y niñas de este siglo XXI, con una arquitectura tan carente de aquella fuerza que proclama y reclama la poesía… Puedes levantar mil paredes, pero, si no tienes fe, si no tienes religión, si no tienes arte y sabiduría, las paredes no serán sino paredes, configurando un vacío. El espacio no aparecerá por ninguna parte. Lapida Sáenz.

El espacio escolar será —de cualquier manera— la influencia más directa sobre el espíritu de los estudiantes, aquella que por su contacto cotidiano marcará en ellos y ellas un estado emocional, un mensaje, una huella.

El pasado nos interpela (y que GAMLP, UMSA y Colegio de Arquitectos se den por aludidos): Érase una vez un Gobierno nacional que convocó al más prodigioso arquitecto para que le hiciera un hospital a la gente, donde se sintiera amada. Y hubo un arquitecto que erigió esos espacios para el hombre, a lo largo de su vida, en las profundidades del futuro, a manera de escudriñar el destino del hombre, en pos del espacio que le corresponde; en pos de su espacio.

¿Cómo serán los ciudadanos que hayan pasado por los desalmados edificios escolares de estos albores del tercer milenio? Queremos lo mejor, y habrá que adentrarse en lo profundo del espacio para crear espacios, y habrá que enfrentarse con el peligro que acecha en lo profundo del espacio.

 

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