Una historia de las superficies utilizadas en la arquitectura. Madera, cristal, cerámica. Cada elección revela una época, una tendencia en la construcción de las edificaciones. La envoltura es lo primero que recibimos al observar un edificio: es la piel que lo cubre, lo protege, exalta su carácter. La elección del revestimiento es lo que otorga impacto visual a un proyecto.
La envoltura arquitectónica se completa a través de los componentes que la revisten, sirviéndose de todas las posibilidades de construcción y de imagen: desde el simple recubrimiento hasta las paredes ventiladas, desde los efectos de mimetismo cromático con las materias naturales hasta el uso de la decoración como elemento distintivo de la acción humana. El primer elemento constructivo que percibimos de un edificio es su piel, realizada para cerrarlo y protegerlo, pero convertida, con el tiempo, en el componente que exalta y, en algunos casos, determina el carácter de una construcción. No tiene importancia, por consiguiente, que las superficies de revestimiento estén colocadas en horizontal o en vertical, de modo continuo o en módulos, en el exterior o en los interiores, sino que lo relevante es su presencia ya que conjuntamente le otorgan una especial singularidad.
Resulta inevitable constatar que, en un proyecto, la elección de un revestimiento y no de otro es un ingrediente que forma parte del primer impacto visual de un edificio, o sea, uno de los elementos catalizadores de la atracción emocional hacia la arquitectura. Su objetivo es hacer que se aprecie en todas sus partes, como un vestido bonito que detrás de su efecto esconde un buen corte y un óptimo diseño. Piénsese, en un juego de hipótesis, en edificios conocidos y en cómo cambiarían si se sustituyera el ladrillo por madera o si no estuvieran revestidos de gres porcelánico sino enlucidos. El resultado es que perderían parte del aspecto que los identifica. En conclusión, la piel con que un edificio se presenta y manifiesta al mundo se convierte en el elemento que lo explica. Mientras, queda para una segunda observación, efectuada acercándose o entrando en él, la percepción de los espacios y su calidad.
Si se observa la historia de la disciplina, se constata que se ha pasado por los tiempos en los que el cemento debía ser el elemento que distinguía una arquitectura con A mayúscula de las demás, por el periodo en el que la buena arquitectura era solo la blanca, por la época de la madera como único indicador de una buena construcción y por la fase de las tecnologías colocadas sobre los elementos verticales y horizontales para una arquitectura high tech, no habiendo faltado el enamoramiento temporal por la desmaterialización de la arquitectura a través del uso del cristal, y se ha seguido así, pasando de una teoría a la otra. Todo ello lleva a poder introducir estas elecciones relativas a los proyectos, orientadas en la dirección de algunos materiales de revestimiento, entre las tendencias que deben seguirse, sin ser considerados frívolos, sino observadores de lo que tiene lugar en el mundo del proyecto.
La misma cerámica no se ha alejado nunca de este enfoque, escondiendo tras la apariencia, típica de una tendencia, la sustancia técnica de un producto que puede ser satisfactorio para todas las corrientes temporales. Tiene la capacidad de ser mimética como la naturaleza, industrial como el cemento, blanca y marmórea como un monolito, altamente tecnológica gracias a sus potencialidades anticontaminantes y estructurales, ligera, suave e inmaterial, etcétera. Además, posee otra característica que la distingue como producto industrial, la de poder adaptar sus dimensiones en función de las tendencias.
El gres porcelánico se fabrica en módulos que varían del maxi formato al mosaico, satisfaciendo las posibles elecciones de las diferentes corrientes de pensamiento en la identificación de la arquitectura de vanguardia. En efecto, hoy ya no se puede hablar de “baldosas de cerámica” sino de superficies para la arquitectura.
Fuente: