El arquitecto chino Wang Shu sorprende por una perfecta coherencia entre el hombre, su sensibilidad y pensamiento, y su arquitectura. Respeta la tradición constructiva china y sostiene que las edificaciones poseen un sentimiento. Su obra, en la cual se utilizan grandes cantidades de materiales reciclados, se integra con el ambiente natural en una auténtica arquitectura sustentable.
El arquitecto chino Wang Shu tiene 48 años y ha recibido el Premio Pritzker 2012, que para el jet set occidental de ese mundo particular que gira alrededor de los concursos, los premios, las críticas y los arquitectos más o menos famosos, es como si se tratara del Nobel de la Arquitectura y que se otorga anualmente a una sola persona – solo en el 2010 se otorgó a dos integrantes del mismo estudio – por su trayectoria y sobre todo por su obra arquitectónica.
Al ahondar un poco más en su personalidad, se descubren en él características poco frecuentes en el ambiente de los arquitectos y que valen la pena destacar porque su obra es un fiel reflejo de esa manera de ser. Hay una perfecta coherencia entre el hombre, su sensibilidad y pensamiento, y su arquitectura.
Es humilde y estudioso (filosofía, arte, cine). Junto con las teorías de la profesión aprendió a construir con sus propias manos: se define a sí mismo como artesano. Trabaja junto a su mujer, Lu Wenyu, a quién considera copartícipe de sus obras. En cuanto a su profesión, se ubica como profundamente local. Valora la tradición con continuidad; enseña y aprende junto con los trabajadores que realizan las obras por ellos proyectadas; da libertad tanto a sus colaboradores como a los trabajadores para encontrar respuestas que puedan ser más adecuadas. Desde hace 15 años el estudio que ha formado tiene un nombre en chino que podemos traducir como “Arquitectura Aficionada” en el que trabajan solo cuatro colaboradores.
Es lógico entonces que su obra se integre con el ambiente natural hasta cohesionarse con él, que respete y dé continuidad a la tradición constructiva china (aunque hoy en ese país se esté perdiendo aceleradamente), que utilice grandes cantidades de materiales reciclados, que sitúe a las personas que vivirán en sus edificios como los destinatarios primeros y principales de su obras-proyectos, que los edificios -sean grandes o pequeños- se presenten como obras rotundas, acabadas, completas y complejas.
El arquitecto chileno Alejandro Aravena –miembro del jurado que otorgó el premio– comenta de algunas de sus obras:
“Está el uso distintivo que hace de materiales de descarte que provienen de otras construcciones. Esa técnica no sólo tiene sentido en términos de sustentabilidad, sino que introduce una cierta “historia” en la construcción al darle al muro una especie de “sobredosis de tiempo” sin tener que esperar al envejecimiento. Además, transforma cada parte del edificio en un evento único e irrepetible porque cada cm2 es distinto al otro”. […] “Esto lleva al debate sobre el control creativo de la obra. El dijo que estaba buscando la precisión del sentimiento más que la perfección de la construcción; que él creía que el edificio tenía un sentimiento preciso. Esto es algo que hay que concederle porque si hay algo meridianamente claro en su trabajo, es su capacidad de producir una obra potente, que opera incluso a nivel de las emociones”
En momentos en que la arquitectura “occidental” actual es un festival de formas arriesgadas y de “altas tecnologías” desprovistas de contenido, un hacer y seguir haciendo sin rumbos ni objetivos, este salto a la consideración pública de la obra de un arquitecto chino casi desconocido hasta ahora, cuya esencia es verdadera “arquitectura sustentable” constituye un bálsamo que mucho agradecemos a los miembros de este jurado.
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