Un proyecto de vivienda social consiste en vivir con la comunidad cuyas viviendas se renuevan para integrarse y crear nuevos lazos sociales duraderos. Un estudio de arquitectura se mudó para compartir con sus habitantes la transformación del espacio en un lugar habitable. El rol de arquitecto, en estos casos, se ve mezclado con el de trabajador social, psicólogo y mediador entre conceptos culturales.
La ciudad costera francesa de Boulogne-sur-Mer afronta la recta final de un innovador proyecto de vivienda social, en el que un estudio de arquitectura rehabilita una de sus zonas más deprimidas con la participación activa de sus habitantes.
Asomadas sobre las frías aguas del Canal de la Mancha, en lo alto de esa ciudad septentrional, sesenta pequeñas casas de colores experimentan desde abril de 2010 una actividad frenética que está previsto que acabe dentro de seis meses.
Esas viviendas, que fueron antigua morada de pescadores, pertenecen ahora a personas de ingresos muy reducidos, dedicadas a la chatarrería, en contadas excepciones a la pesca, y en muchos casos, sin empleo.
«En treinta años los organismos municipales de ayuda social no han dado ni un euro y la gente se sentía abandonada», asegura Sophie Ricard, arquitecta de 29 años implicada en esta iniciativa.
Ricard se mudó a un pequeño estudio de la zona para compartir con sus habitantes la conversión de este lugar «sin ley» en uno saludable y habitable sin sacar a la gente de sus casas, procedimiento habitual en tareas de rehabilitación que suele contar con la oposición vecinal.
El concepto inventado para definir esta hazaña por el estudio de Patrick Bouchain, famoso por sus proyectos de corte innovador y trasfondo social, es «permanencia arquitectónica», y consiste en vivir con la comunidad cuyas viviendas se renuevan para integrarse y crear nuevos lazos sociales duraderos.
Con un presupuesto de 2,4 millones de euros (2,9 millones de dólares), o lo que es lo mismo, 38.000 euros (unos 46.194 dólares) por vivienda (la mitad de lo habitual), arrancó este trabajo de tres años de duración: uno para conocer y escuchar a los habitantes, otro para diseñar conjuntamente el proyecto y el tercero para acometer la reforma.
«Empezamos construyendo un gran jardín y un huerto con ayuda de los niños para conocernos», explica Ricard desde su casa, contigua al local de trabajo y un permanente hervidero de gente atareada.
La joven, alma de la iniciativa sobre el terreno, desborda su papel de arquitecta para actuar como trabajadora social, psicóloga, mediadora de cultura y amiga, y se ha convertido en el epicentro de la comunidad.
Interrumpida cada pocos minutos por vecinos que llaman a su puerta para pedirle ayuda, saludarla o charlar, comenta que las dificultades iniciales fueron la inseguridad del barrio y las rencillas entre sus 250 habitantes.
Para incluirlos de lleno en la iniciativa, organizó talleres para que eligiesen el color de las fachadas y de las paredes interiores («tienen un gusto muy kitsch», dice divertida), pero también aprovechó las habilidades de los ocupantes en trabajos de plomería o pintura.
Y a partir de materiales ecológicos y con ayuda de empresas locales, a las que se puso como requisito emplear al menos a un joven del vecindario, se ha ido avanzando.
Con un parque de 6.000 alojamientos con alquiler reducido en una población de unas 119.000 personas, esa agencia ha ensayado con frecuencia proyectos innovadores, «pero ninguno como este».
«Una iniciativa así -destaca- requiere la conjunción de una verdadera voluntad política y un grado de compromiso extraordinario por parte de todos los actores», algo que en su opinión se da «en muy raras ocasiones».
Los vecinos no solo han colaborado en la reconstrucción, sino que han aceptado pagar el aumento del precio de alquiler, que en algunos casos se ha triplicado (siempre dentro de una horquilla de renta muy baja).
Para Charton, «participar en la renovación, ayudarse y conocerse mejor» ha mejorado la actitud de los habitantes, «ha permitido que se valoren y les ha hecho sentirse orgullosos».
Pero el éxito, según ese representante, llegará tanto de los propios vecinos como del resto de la ciudadanía: «Queremos que sea un barrio como los otros, así que consideraremos que se ha triunfado cuando otras personas demanden ir a vivir allí», concluye.
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